miércoles, 9 de julio de 2008

Oda al cocodrilo

Así fue la noche de las noches que he pasado pensando. Pensando y oliendo a café. Y sólo resolví que odio el pollo. Porque lo demás es irresoluble. Porque no tengo voluntad para actuar. Porque tengo comezón en los ojos. Porque un cocodrilito se murió, es el tercero que perece ante las inclemencias de la vida y ahora sólo queda uno. Un cocodrilito.Y después no hay más. Nada más.

Empezó a llover y me dije: "Me lleva el diablo". Me mojaba, pero seguí caminando. Veía cómo mi piel se escurría a la par del agua hasta que formé un charco con mi cuerpo. Ya no sabía si eso era bilis, aquello orina o lágrimas. Era como si me hubiesen metido a la licuadora en la velocidad 6.
Después de un rato empecé a bailar. Un dos tres. Un dos tres. Giro. Un dos tres. Un dos tres. Giro. Un dos. Un dos. Reverencia. Y me cansé.

Volví a mi estado corpóreo natural. Recuperé mi ánimo taciturno. Mis penas vanas de occidente. Mi amor apasionado por un chico de cabellos rizados. Ronroneé hasta el amanecer, cuando las estrellas se hubieron ocultado detrás de las nubes y los gallos empezaron a croar.
Comí aceitunas con yogurth de durazno y jocoque, lo que me causó agruras toda la tarde. Cuando de nuevo cayó la noche, me convertí en aire. Vagué por el mundo en unas horas y regresé. Entré por su ventana. Le acaricié; le besé; me colé en su respiración y desde entonces habito en sus pulmones. Dentro de él aunque no se dé cuenta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hi, pues aquí sigo, echándole ojo a tus escritos que me encantan. Me quedo sin palabras cada que leo alguno, pero permiten conocer algunos detalles que con palabras no expresas. Me encanta tu forma de ser y escribir.

Anónimo dijo...

Ahh y el cocodrilito estará bien cuidado ehh, mientras viva conmigo jajajaja.